martes, 31 de julio de 2012

Fue en una cafetería de Madrid, al borde de una crisis en todos los aspectos de mi vida.
Me había quedado sola poco a poco, sin pena ni gloría. Solo me quedaban objetos materiales, que pronto tendría que vender para pagar el alquiler.

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Mi padre me llamaba todos los días diciéndome que volviese a casa "no tienes porque estar así", me decía.

- No te puedo dejar dinero ahora, pero aquí tienes una cama y comida. Lo sabes.
- Lo sé. Te quiero.

Colgué y le dí otro trago al café caliente. Llevaba cincuenta pavos en el bolsillo, lo único que me quedaba. Le hice un gesto al camarero para que me cobrase; se acercó y recogió mi mesa.

- Perdone, se deja la carpeta.
- Si, perdona...
- Vaya, ¿Los ha hecho usted?

Con sus largos dedos con olor a café saco uno de los dibujos de mi carpeta. Lo trató con delicadeza y lo observó unos segundos.

- Tengo veinte años, no me trates de usted.
- Tienes talento.
- Me dedico a eso.
- ¿A tener talento?

Soltó una agradable risa. Madura e inocente.

- ¿Te interesaría un trabajo?
- ¿De camarera?
- No, no por Dios. De ilustradora. Estoy creando una web con un compañero. Nos vendría bien, aunque bueno... no podríamos pagarte hasta que no empezase a funcionar.
- No trabajo con programadores, gracias. Son todos idiotas.
- ¿Has conocido a muchos?
- A cuatro. Y ya tengo suficiente.

Volvió a reír.

- Toma. Te apunto mi correo. Piénsatelo.

Así lo hice, y meses después por cosas del destino todo aquel tinglado funcionó. No tuve que vender nada, ni tampoco volví con mi padre. Por los pelos, siempre por los pelos.

Cuando salí del bar miré el trozo de papel donde había apuntado su nombre y su correo.
"Diego Salvador" ponía. Me pregunté toda la vida si sus besos sabrían a café.

lunes, 16 de julio de 2012

Hasta el pensamiento o el ideal más arraigado a tu ser puede flojear con palabras de una boca influyente.

Quizás los locos sean ellos.

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viernes, 13 de julio de 2012

Me gritó todo lo que pensaba; me dijo que le había gafado; me dijo que le había quitado su talento; me dijo que le había vuelto loco.



Cuando le conocí solo pensé "que hombre tan gallardo".

Vivimos juntos apenas seis meses, cuando finalmente me resigne y acepte que no podía pagar el alquiler sola. En el anuncio puse "Buhardilla luminosa: se alquila habitación a cualquiera que sepa de jazz" -me llegaron más peticiones de las que jamás hubiese pensado. Pero le escogí a él: me gustaba su voz.

Nos pasábamos el día bebiendo, siempre traía whisky caro, al parecer su padre tenía una licorería.
Cuando estaba borracha le amaba, y cuando estaba sobria ni si quiera recordaba su apellido. Besaba bien, era lo único que hacía realmente bien.
Después de acostarnos, aun borracho, me sacaba fotos y bajaba corriendo a revelarlas a la tienda de la esquina.
Recuerdo que cuando me aburría bajaba yo también, para ver la cara del dependiente que había revelado los carretes.

miércoles, 4 de julio de 2012

Un chillido agudo.
Tembló la cama. Temblaron mis piernas.

Ardía.
Metal candente. Al rojo vivo; la suave caricia de una cuchilla.

No aire. No calma. No nada.
Angustia y lágrimas cayendo.

Apréte los músculo de la vagina.
¿Por qué?
Me estaba deshaciendo.

Los objetos volaron por el aire, se despedazaban por el suelo.
Me sangraban las manos cortadas por el cristal de un bote de colonia.
Quemaba.

Lloré.
Me abracé a las piernas tumbada en medio de aquel caos.
Y lloré.

Cuando desperté no le busqué lógica, solo recogí la habitación.
Una crisis de ansiedad. Sería eso. Seguro. Nada más.
Me vestí y fuí a trabajar.

- ¿Qué tal el fin de semana Verónica?
- Muy bien, jefe. 

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