jueves, 13 de septiembre de 2012

Acababa de cumplir la mayoría de edad cuando encontró trabajó por primera vez en su vida. El día que firmó aquel contrato basura sintió que algo murió por dentro.

Los primeros días fueron los más duros, poco a poco la rutina era algo imposible de violar.
Recordó todas las frases que su padre le decía y empezó a comprender porque la gente normal era como era.
Aquello era una tortura anímica. Levantarse a las seis de la mañana y llegar a casa a las nueve de la noche, después de un día en el que la frase "eres una inútil" quedaba sentenciada a fuego y gritos.
Era un circulo vicioso: un cliente se quejaba de ella y su represión se transformaba en el momento que ella se quejaba de cualquier otro. Un circulo vicioso de rabia contenida.

Pasó un año. Las cosas no habían cambiado demasiado.

Al trabajar de Lunes a Domingo era complicado saber en que día de la semana vivía, pero podría asegurar que fue un Martes cuando se dio cuenta de que ya era un adulto.
Cruzó un escaparate y se paró sorprendida; caminó sobre sus pasos y en el reflejo vio una mujer cansada y fea; con ojeras negras como el carbón; el pelo enredado y alborotado; una mueca de desagrado hacía el mundo.
Se asustó.

Aquella tarde no fue al trabajo. Les dijo que se había puesto enferma.

Llegó a casa casi corriendo. Se ducho, se peinó, se depiló y se maquilló. Cogió su mejor vestido, aquel rojo tan bonito que usó en la boda de su hermano. Fue hacía el salón y sirvió una copa de coñac. Puso música y se quedo mirándose a sí misma en el reflejo del televisor.

- Nunca más. Nunca más...



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